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Juan 21.15
15Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos.
Lucas 18.10-12
10Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. 11El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; 12ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
Juan 21.16-19
16Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. 17Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. 18De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. 19Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme.
Juan 14.15, 23-24
15Si me amáis, guardad mis mandamientos.
23Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. 24El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió.
1 Juan 4.19
19Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.
1 Corintios 2.9
9Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman.
1 Corintios 16.22
22El que no amare al Señor Jesucristo, sea anatema. El Señor viene.
Juan 21.20-25
20Volviéndose Pedro, vio que les seguía el discípulo a quien amaba Jesús, el mismo que en la cena se había recostado al lado de él, y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te ha de entregar? 21Cuando Pedro le vio, dijo a Jesús: Señor, ¿y qué de éste? 22Jesús le dijo: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú. 23Este dicho se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú. 23Este dicho se extendió entonces entre los hermanos, que aquel discípulo no moriría. Pero Jesús no le dijo que no moriría, sino: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti?.
24Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio es verdadero.
25Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén.
1. La mejor obediencia es una obediencia llena de comunión
2. La mejor obediencia es una obediencia llena de amor
3. La mejor obediencia es una obediencia llena de enfoque
1Co 8.3.- “Si alguno ama a Dios, ha sido conocido por él” en el sentido de que Dios lo aprueba. En un sentido, naturalmente, Dios conoce a todos, y en otro sentido conoce especialmente a los que son creyentes. Pero aquí se emplea la palabra «conocer» para denotar favor o aprobación. Si alguien hace sus decisiones acerca de estas cuestiones de alimentos ofrecidos a los ídolos en base de su amor a Dios y al prójimo, y no en base de un mero conocimiento, esta persona se gana la sonrisa de la aprobación de Dios.
Respecto al pasaje, Spurgeon dice:
El Señor ni siquiera pregunta a Su discípulo acerca de su fe, que bien pudo haber sido puesta en duda, pues había dicho con juramento: “No conozco al hombre.”
El Señor no incluyó ningún otro punto en Su pregunta, o quizás deba decir más bien que condensó todos los demás puntos en esta única pregunta: “¿Me amas?” Aprendamos de este hecho que una cosa es necesaria: el amor a Jesús es el punto vital y esencial que hay que considerar.
El Señor hizo esta pregunta tres veces como para enfatizar que tiene una importancia de primer orden, y de segundo orden y de tercer orden, y que contiene a todo lo demás y, por lo tanto, quería insistir en ella una y otra y otra vez, de la misma manera que los oradores dan énfasis mediante repeticiones y frases enfáticas a los puntos que quieren hacer resaltar ante sus oyentes. Quería dejar un clavo muy bien clavado, insertado en su cabeza dando golpe tras golpe.
Cuando ustedes vayan a auto-examinarse, miren fundamentalmente sus corazones y hagan un análisis exhaustivo de su amor. ¿Aman realmente a Jesús? ¿Se encuentran profundamente vinculados con Su persona? ¡Pueden tomar a la ligera cualquier otra cosa, pero sean honestos respecto a esto!
Una triple negación exigía una triple confesión y la tristeza que Pedro había causado fue traída a su memoria por la tristeza que sentía ahora.
¿Cómo se sentirían ante tal pregunta? ¿No serían sacudidos por ella, y tal vez comenzarían a temblar llenos de vergüenza y considerarían una docena de razones acerca del por qué una pregunta tan profunda les ha sido sugerida en este momento? Y si el Señor la repitiera tres veces y cada una de esas veces la dirigiera directamente a ti, y solamente a ti, ¿no experimentarías profundas búsquedas en tu corazón?
1. Nuestra primera observación es esta: EL AMOR HACIA LA PERSONA DE CRISTO PUEDE NO EXISTIR EN NUESTROS CORAZONES. ¡Es un triste pensamiento y sin embargo con toda certeza verdadero! ¡Inclusive nuestros corazones pueden no sentir amor por Cristo!
¡Qué es la ortodoxia sin amor sino una catacumba en la que se entierra a la religión sin vida! ¡Es una jaula sin ningún pájaro! ¡El amarillento esqueleto de un hombre al que ha abandonado completamente la vida! Me temo que la corriente general de la vida de la iglesia se orienta demasiado hacia lo externo y muy poco hacia el ardiente amor profundo por la Persona de Cristo.
Tampoco, hermanos y hermanas, el más elevado oficio dentro de la Iglesia hace innecesaria esta pregunta. Pedro era un apóstol y de ningún modo menor al mayor de ellos. En algunos sentidos él fue la primera piedra de la Iglesia y sin embargo fue necesario preguntarle: “¿Me amas?” Hubo una vez un apóstol que no amó al Señor. Hubo un apóstol que ambicionaba 30 piezas de plata.
El gozo de los privilegios cristianos más grandes no hace innecesaria la pregunta. Pedro y Santiago y Juan fueron los tres apóstoles más favorecidos. Fueron testigos de algunos de los milagros de nuestro Señor que fueron realizados en secreto y no fueron vistos por ningún otro ojo humano. Ellos contemplaron al Señor en el Monte de la Transfiguración en toda Su Gloria y lo vieron en el huerto de Getsemaní en toda Su agonía.
Tampoco, mis queridos hermanos, el celo más intenso previene la necesidad que se haga esta pregunta. Pedro era un discípulo de un corazón ardiente. ¡Cuán listo estaba para actuar y arriesgarse por su Señor! Quizás, querido hermano, te paras en las esquinas y te enfrentas a la multitud impía y te deleitas en hablar de Jesús, sin importarte que los hombres se opongan. Sin embargo ¿estás seguro que amas a Jesús? Hermana mía, tú visitas a los pobres y cuidas a los necesitados. Te entregas totalmente para el bien de los jóvenes y vibras en todas las cosas que conciernen a la causa del Redentor. Te admiramos y esperamos que tu celo no decaiga nunca. Pero a pesar de todo eso, aun a ti se te debe hacer la pregunta: “¿Amas al Señor Jesús?”
Sí, queridos amigos, iré un poco más lejos: la mayor abnegación no es prueba de ese amor. Pedro pudo decir: “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido.”
Pedro fue a la universidad durante tres años, siendo su tutor Jesucristo, y aprendió muchísimo. ¿Quién no aprendería de tan gran Maestro? Pero después de haber completado sus cursos, su Señor, antes de enviarlo para que cumpliera su ministerio, consideró necesario preguntarle: “¿Me amas?”
Hay entre nosotros algunos predicadores del Evangelio que han sacado una red completamente llena hasta la costa. ¡Había muchos peces grandes! Ha habido trabajadores grandes y exitosos, pero esto no es obstáculo para que el Señor examine sus corazones. Les pide que pongan a un lado sus redes por un momento y tengan comunión con Él. Cierren sus himnarios. ¡Guarden la hoja de asistencia al culto y dejen de contar peces! ¡Entren a su aposento pues el Señor quiere preguntarles algo!
Resumiendo todo, permítanme decirles, queridos hermanos (sin importar cuán eminentes puedan ser en la Iglesia de Dios e independientemente de sus servicios distinguidos o de su sufrimiento) ¡no evadan la pregunta! ¡Abran su corazón para que lo inspeccione el Señor! Contéstenle con valor humilde mientras Él les pregunta, una y otra vez, hasta que ustedes se entristezcan: “Simón, hijo de Jonás, ¿Me amas?”
Observen, por favor, que lo que es válido para un pastor es también válido para cualquier trabajador útil para Cristo. El amor es esencial, mi querido amigo. No puedes trabajar para Cristo si no Lo amas. “Pero yo puedo enseñar en la escuela,” dice alguien. “No, nadie debe enseñar en la escuela dominical, si no tiene amor a Jesús.” “Pero yo estoy relacionado con una sociedad muy interesante, que hace mucho bien.” “No estás glorificando a Dios a menos que estés relacionado con esa sociedad porque amas a Jesucristo.” Deja tus herramientas, pues no puedes trabajar con provecho en la viña de mi Señor a menos que tu corazón sienta amor por Él. Es mejor que la vid se quede sin podar en vez de que sea podada por manos enojadas. Deja a las ovejas en paz. Nunca las podrás cuidar si tu corazón es duro y poco amable. Si no amas al Señor, no sentirás amor por Su obra, o por Sus siervos o por las reglas de Su Casa, y nos podrá ir mejor a todos sin ti que contigo. Tener a un obrero descontento en la Casa del Señor y Su viña sería muy desagradable para toda la familia. El corazón debe tener amor pues el verdadero servicio no puede salir sólo de las manos.