¿Hemos logrado nuestra tarea de instrucción si producimos generaciones de graduados que tienen grandes cerebros teológicos pero corazones trágicamente enfermos?
¿No debemos mantener juntas la instrucción teológica y la transformación personal? ¿No debemos exigir que todos los salones de clases de los seminarios sean fieles al propósito que Dios previó para Su Palabra? ¿No deberían todos los profesores del seminario tener un amor pastoral por sus estudiantes? ¿No deberían todos los instructores anhelar que Dios los use para producir en cada uno de sus estudiantes un amor cada vez mayor por Cristo?
Estoy convencido de que la crisis de la cultura pastoral muchas veces comienza en la clase del seminario. Comienza con un manejo de la Palabra de Dios que se basa en la información y que es distante e impersonal. Comienza con pastores que, en sus años de seminario, llegaron a estar bastante cómodos manteniendo la Palabra de Dios distante de sus propios corazones. Comienza con los cerebros que llegan a ser más importantes que los corazones. Comienza con las calificaciones de los exámenes que son más importantes que el carácter. El problema con todas estas cosas es que son sutiles y engañosas.
No existen en un mundo en blanco o negro de uno/u otro sino en un mundo desordenado de ambos/y. Sí, todos los profesores del seminario van a decir que se preocupan por los corazones de sus estudiantes. Todos nosotros diríamos que queremos estimular el amor por Cristo. La pregunta es, ¿esta meta moldea el contenido y el proceso de la educación teológica a la que nosotros mismos nos hemos entregado?
Del libro “Llamamiento Peligroso”, de Paul Tripp.