A pesar de todo su terror y misterio, en la cosmovisión bíblica la muerte no es un concepto completamente negativo. Es como lo describe C.S. Lewis con su maravillosa frase, “una misericordia severa”. Al final de la caída, Adán y Eva están exiliados del jardín del Edén, en especial para prevenir que coman del fruto de la vida y que vivan para siempre. En el cuidado providencial de Dios de su creación, los seres humanos no fueron creados para vivir para siempre en su estado degradado. El tiempo de vida está limitado, no solo como resultado de una maldición, sino debido a la gracia de Dios.
En la providencia de Dios, la muerte provee una salida misericordiosa a una existencia atrapada en un cuerpo pecaminoso y corrompido. La actitud de los cristianos hacia la muerte debe reflejar una ambivalencia curiosa. Necesitamos retener, primero, el sentido de escándalo frente a la destrucción que la muerte produce; segundo, aceptar que el fin de la vida física es una evidencia de la gracia de Dios, una “misericordia severa”; y finalmente, un sentido de esperanza futura en el conocimiento que en último caso la muerte se destruirá.
A pesar de todo nuestro conocimiento maravilloso y de la tecnología, no podemos redimir nuestro cuerpo físico del ciclo de la muerte y la decadencia. No hay arreglo de tecnología o biología que arregle los últimos misterios de la condición humana. No podemos vencer el envejecimiento ni la muerte eventual mediante la tecnología médica. En la providencia de la misericordia de Dios, la espada ardiente permanece bloqueando la ruta del árbol de la vida.
En lugar de comenzar con una tabla rasa, Dios declara, en la resurrección de Cristo, que para el futuro Él sostendrá, redimirá y transformará la humanidad que originalmente se hizo. Así que la resurrección de Cristo señala al pasado, la creación de los seres humanos, y señala el futuro de la transformación del ser humano.
"Los Problemas que los Cristianos Enfrentamos Hoy" John Stott, Editorial Vida.
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