“Hemos dejado de hacer cosas que deberíamos haber hecho y hemos hecho cosas que deberíamos haber dejado de hacer”.
LIBRO DE LA ORACIÓN COMÚN
“Puesto que nada que intentemos es jamás sin falta, nada que procuremos es jamás sin error y no logramos nada sin alguna medida de límite e imperfección humana, somos salvos por el perdón”.
DAVID AUGSBURGER“Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho”.
Santiago 5.16
Tomen unos minutos para leer la siguiente parte:
“Podemos ser hábiles para señalar uno al otro. Ser buenos para acusar, para poner excusas y para llevar la cuenta de los errores. ¿Cuántos matrimonios están de alguna manera, estancados en este mismo ciclo? La pareja está estancada en un ciclo donde se repiten las mismas cosas una y otra vez ellos regresan a los mismos malos entendidos; reiteran los mismos argumentos, cometen los mismos errores. Una y otra vez y las cosas no se resuelven. Noche a noche van a la cama con nada reconciliado; se despiertan con el recuerdo de otro mal momento y se encaminan hacia la próxima vez que el ciclo habrá de repetirse. Todo se vuelve predecible y desalentador. Odian el ciclo. Desearían que las cosas fueran como antes. Sus mentes oscilan entre la nostalgia y la decepción. Quieren que las cosas sean diferentes, pero no saben cómo escapar y no están dispuestos a hacer lo que se necesita para que el cambio suceda – confesar”.
“Se dicen a sí mismos que todo mejorará. Prometen que pasarán juntos más tiempo. Prometen que orarán juntos un tiempo cada día por la mañana. Deciden pasar juntos más tiempo fuera de casa. Prometen que hablarán más. Pero no pasa mucho tiempo antes de que todas las promesas se desvanezcan y ellos vuelvan al mismo lugar. Todos sus esfuerzos por cambiar han sido estorbados por lo que no están dispuesto a hacer; dejar de enfocarse en el otro y enfocarse en sí mismos. Aquí está el punto: ningún cambio acontece en un matrimonio que no comienza con la confesión”.
La confesión es la puerta de entrada al crecimiento y al cambio en tu relación. Es esencial. Es fundamental. Sin ella ustedes están relegados a un ciclo de repetición y profundización de los malentendidos, errores y conflictos. Pero con la confesión, el futuro es radiante y esperanzador, no importa cuán grandes sean los problemas que estén enfrentando.
Santiago comparó la Palabra de Dios a un espejo (Santiago 1:22–25) en el cual podemos mirarnos a nosotros mismos como realmente somos. Es imposible enfatizar demasiado cuán importante es esto. Un diagnóstico correcto siempre precede a una cura efectiva. La Biblia es el instrumento supremo de Dios para medir. Está diseñada para funcionar en nuestras vidas como una regla de medida. Podemos ponernos nosotros mismos y nuestros matrimonios frente a ella y ver si nos ajustamos a las normas de Dios. La Palabra de Dios es uno de los regalos de gracia más dulces, tener los ojos abiertos para verla claramente y el corazón abierto para recibirla voluntariamente son señales seguras de la gracia de Dios.
Una de las más tentadoras mentiras para nosotros – y cada ser humano en este mundo caído – es creer que nuestro más grandes problemas existen afuera, no adentro de nosotros. Es fácil caer en esta forma de pensar. Vivimos con gente defectuosa y nuestras vidas son complicadas por sus defectos. A pesar de esto, la Biblia nos llama a confesar humildemente que el problema más grande, profundo y permanente que enfrentamos está adentro, no afuera de nosotros. La Biblia tiene un nombre para ese problema – pecado. Puesto que el pecado es egocéntrico y auto-complaciente, es antisocial y destructivo para nuestras relaciones. Es aquí hacia donde esto se dirige: requiere que cada uno de nosotros diga que nuestros más grandes problemas maritales existen dentro de nosotros, no fuera de nosotros.
Es fácil señalar con el dedo. Es fácil culpar. Pero es una bendición reconocer que llevas dentro de ti tu propio Judas personal que te traicionará una y otra vez (Romanos 7), y es alentador saber que no estás solo en tu lucha con el pecado.
Es una señal de la gracia de Dios cuando nuestras conciencias son sensibles y nuestros corazones se afligen, no por lo que otras personas hacen, sino por lo que nosotros hemos llegado a ser. Esa sensibilidad es la puerta de entrada a un cambio real y permanente. El cambio siempre comienza cuando nos sentimos insatisfechos, y la insatisfacción personal siempre comienza con una conciencia que es sensible a lo malo. De aquí viene un deseo por el cambio y una inquietud que nos hace buscar ayuda, de Dios y de otros, lo cual es requerido por el cambio.
Puesto que todos sufrimos en algún grado de la ceguera espiritual personal – es decir, no nos vemos a nosotros mismos con precisión – y porque tendemos a ver la debilidad y las fallas de nuestro cónyuge con más precisión, comenzamos a pensar de nosotros mismos como más justos que nuestro esposo o esposa. Cuando hacemos esto, y en alguna manera todos lo hacemos, se nos hace difícil pensar que somos parte del problema en nuestro matrimonio y aceptar la crítica amorosa y correctiva de la otra persona. Esto significa que no es solo la ceguera la que nos evita cambiar, sino también el concepto de nuestra propia justicia. Si estamos convencidos que estamos bien, no deseamos el cambio ni la ayuda que lo puede producir (1 Juan 1:8).
La gracia hace menguar la auto-justicia, abre los ojos y suaviza nuestros corazones, profundiza nuestro sentido de necesidad y nos confronta con nuestra pobreza y debilidades. Cuando un esposo y su esposa dejan de discutir sobre quién es el más justo y comienzan a afligirse por su respectivo pecado, puedes saber por seguro que la gracia ha visitado ese matrimonio.
Vernos a nosotros mismos en forma realista es lo opuesto de la justicia propia. Siempre veremos esposos enojados asegurando con enojo que no están enojados, esposas amargadas rehusando amargamente el pensamiento de que podrían estar amargada. No es que simplemente están rechazando mirarse a sí mismos. Es que cuando se miran a sí mismos, simplemente no ven lo que los demás ven.
Esto es lo que sucede como resultado. Puesto que el esposo está convencido de que él está en lo correcto y su esposa no, él no siente la necesidad de mirarse o examinarse a sí mismo. Eso lo deja solo con una conclusión, que los problemas en el matrimonio son culpa de su cónyuge. Así que él la vigila con más atención y puesto que ella es menos que perfecta, él acumula más y más “evidencias” para apoyar su visión de los problemas matrimoniales. Cada día él se convence más de que su esposa es la que necesita cambiar, no él. En lugar de estar afligido por las debilidades y egoísmo de su propio corazón, él encuentra más y más difícil lidiar con las de ella. Él lucha por ser paciente con ella y secretamente desearía que ella fuese como él. Esta actitud es peligrosa para cualquier relación, pero especialmente es devastadora para la salud de un matrimonio.
Es difícil vernos a nosotros mismos con claridad y es duro aceptar lo que vemos cuando lo hacemos. Es tan fácil ser defensivo. Todos llevamos dentro de nosotros un abogado que se activa fácilmente y se levanta de inmediato para defendernos. Todos hemos estado en uno de esos momentos cuando alguien nos señala algún error y aunque no lo digamos audiblemente, comenzamos a defendernos en silencio contra lo que se nos dice. Mientras se nos señala la evidencia de nuestra necesidad de cambiar, nosotros organizamos evidencias de que no somos la persona que ellos alegan que somos.
Se necesita gracia para estar listos a escuchar y deseosos de oír. Se necesita gracia para aquietar nuestra mente, enfocar nuestra atención y establecer nuestro corazón para que podamos recibir la ayuda que Dios nos ofrece en ese momento de inesperada confrontación. Aun las palabras que usamos para describir este tipo de conversación conllevan una connotación negativa. Palabras como reprensión, crítica, exhortación y confrontación no representan una situación que nosotros disfrutaríamos, pero apuntan a algo que es esencial para un matrimonio saludable.
Las relaciones saludables tienen dos cualidades esenciales de carácter. Primero, la humildad de accesibilidad. Cuando ambas personas se salen de detrás de su muro protector y se abren a las perspectivas y ayuda de otros, cada individuo – y sus relaciones – tendrán una oportunidad para crecer y cambiar. La segunda es el coraje de amar honestamente. Nosotros no solo nos defendemos de la opinión de otros, sino que evitamos los momentos incómodos dejando de decir lo que hay que decir. Por el temor al desacuerdo, la tensión y el rechazo, escogemos callar acerca de cosas que, si se hablan en amor, podrían ser usadas para traer una nueva visión a unos y a otros y un nuevo comienzo a la relación.
Estoy persuadido que el temor al remordimiento evita que enfrentemos lo que necesitamos enfrentar. La confesión no solo nos llama a mirarnos a nosotros mismos en el presente, sino a ir al pasado. Es suficientemente duro considerar nuestras debilidades y errores presentes. Pero es aún más duro considerar el fruto que esas debilidades y errores han producido a través de los años. Así que, en lugar de entregarnos a la tentación de correr y escondernos, necesitamos correr hacia donde se puede encontrar la ayuda.
Tal vez el más brillante y maravilloso compromiso de nuestro Redentor es capturado en estas palabras de Apocalipsis 21:5: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas”. Nueva es la palabra operativa para lo que Dios está buscando hacer en ti y en tu matrimonio. La obra de Dios está en la obra de renovación. La reconciliación puede suceder. La restauración puede ser real. Lo que se ha roto puede ser sanado.
Lidiar con nuestra culpa y vergüenza es de lo que se trata la Biblia. Es acerca de la redención, es decir, el pago de una deuda de culpa y vergüenza que tiene que ser pagada. Ese pago fue hecho en la cruz. ¿Para qué? Para que (a) la culpa y la vergüenza no se apoderaran de nosotros; (b) para que cesáramos de excusarnos, (c) desistiéramos de culpar a otros, y (d) renunciáramos a estarnos defendiendo. Para que (e) ya no tuviéramos miedo de decir, “tienes razón, yo estoy mal y necesito que me perdones”. Para que (f) pudiéramos decirnos el uno al otro, “necesito tu ayuda. Yo no siempre me veo tal como soy. Si tú ves algo mal en mí, te permito que me ayudes a verlo también”. Para que (g) pudiéramos mirar nuestros matrimonios y no pretender que son perfectos, sino celebrar el hecho de que, a través de los años, hemos dado varios pasos importantes para acercarnos a lo que Dios nos llamó a ser y a lo que designó que nuestro matrimonio sea.
Nuestra confesión debería ser impulsada por un profundo aprecio y gratitud hacia Dios. Por causa de lo que Jesús ha hecho por nosotros, no deberíamos tener que esconder o excusar nuestras fallas. ¿Por qué seguir aparentando que somos perfectos, cuando en lo profundo de nuestro corazón sabemos que no lo somos? Hemos sido liberados de tener que negar nuestras dificultades.
¿Cómo luce tomar en serio la gracia de la confesión, dejar de hacerse de la vista gorda y hacer de la admisión honesta de los errores el hábito regular de un matrimonio? Bueno, aquí están los hábitos de la confesión como estilo de vida.
1) Seremos amorosamente honestos. La confesión requiere honestidad. Requiere la disposición a confrontar al otro cuando ha actuado o hablado de una manera que Dios dice que es errónea. Cuando nos acercamos a nuestro cónyuge, estamos buscando ayudarle a ver lo que Dios quiere que vea.
2) Seremos humildes cuando seamos confrontados. La humildad, cuando somos confrontados por el otro, significa la disposición a considerar. Significa aquietar ese ruido de fondo que brota de nuestro sistema de defensa interno. Significa la disposición a mirar en el espejo de la Palabra de Dios.
3) No pondremos excusas. Es un impulso tan típico en todos nosotros: alguien señala nuestra falta y de inmediato nos llenamos de una visión alternativa que nos sitúa bajo una diferente luz. Rehusar poner excusas significa resistir la urgencia de levantar argumentos para nuestra justificación.
4) Estaremos prestos a admitir nuestro error. Cuando hemos errado seremos prontos a buscar el perdón y la reconciliación. Si hemos sido ofendidos, seremos prontos en acercarnos al otro y amorosamente ayudarle a ver lo que ha dicho y hecho. Nos acercaremos en un espíritu de perdón y esperanza. Rehusaremos dejar que “el sol se ponga sobre nuestro enojo” (Efesios 4:26).
5) Escucharemos y examinaremos. Al ser confrontados, necesitamos auto obligarnos a escuchar con claridad y pensar con cuidado. Esto significa esforzarse por entender y considerar. Significa tomar la luz que se nos da a través de las palabras de nuestro cónyuge y dejar que nos alumbre, estar dispuestos a ver lo que se relaciona con nosotros que no hemos visto nunca antes.
6) Recibiremos la confesión animando a la persona. Es una tendencia en cada pecador querer que la persona que nos lastimó, sienta el mismo dolor que nosotros hemos sentido. Queremos que el otro sienta también el aguijón. Nada alienta el ánimo de la confesión más que la gracia.
7) Seremos pacientes, perseverantes y considerados al enfrentar el mal. Lo cierto es que el cambio con frecuencia es más un proceso y raramente es un evento. El cambio sucede caóticamente. Viene sin previo aviso en altas y bajas. No es que un día despertamos y decimos, “Bueno, creo que voy a provocar toda clase de cambios hoy”. El cambio es provocado en nosotros por nuestro perseverante Redentor quien no se hará atrás de la obra que ha comenzado, tanto en el esposo como en la esposa. Él pondrá en nosotros la necesidad de cambio en los momentos más inoportunos.
8) No regresaremos al pasado. Tristemente, muchos matrimonios son rehenes del pasado. Cada discusión por algún error presente cae presa de las fallas y heridas del pasado. Eventualmente llegan al punto donde simplemente ya no quieren hablar más; cada conversación sirve solo para recordarles cuán mal están las cosas y cuánto tiempo han estado así. Así que establecemos un patrón de cuentas cortas donde un ciclo diario de confesión, perdón y reconciliación arregla los problemas, aliviando cualquier necesidad de abordarlos otra vez. Y resistiremos, en momentos de dolor y cólera, resucitar lo que ya hemos resuelto.
9) Pondremos nuestra esperanza en Cristo. La confesión se trata de esperanza. Nos guía inevitablemente a dejar de esperar en nosotros mismos. De manera que deponemos la esperanza en nosotros mismos, y echamos manos de una nueva y más brillante esperanza. Esta esperanza se halla en la cruz de Jesucristo. Pero, te preguntarás: ¿Qué tiene que ver esto con el matrimonio? ¡Todo!
Cuando la sombra de la cruz se proyecta sobre nuestro matrimonio, vivimos y nos relacionamos de diferente manera. Ya no tememos mirarnos a nosotros mismos ni nos sorprende nuestro pecado. Ya no tenemos que esforzarnos por parecer justos. Le decimos adiós a la acusación y a la autojustificación. Abandonamos nuestro registro de errores. Arreglamos los problemas rápidamente. Podemos vivir en la luz liberadora de la humildad y la honestidad; ambos nos vemos como necesitados y sensibles pecadores que ya no se defienden ni temen, sino que crecen juntos en su cercanía mutua a medida que también crecen para ser más como Él.
¿Quién no quiere un matrimonio así?
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