El mensaje es vergonzoso, y los mensajeros despreciados. La situación parece absolutamente desesperanzada. ¿Qué estrategia posible podría rescatar a los creyentes y al evangelio de circunstancias tan lastimeras e imposibles?
Pablo nos da las respuestas con confianza en 2 Corintios 4, expresadas en términos de lo que no debemos hacer.
Primero, no debemos rendirnos por cobardía (v.1). “…no desmayamos”. Pablo daba por sentado que la gente iba a rechazarlo. Esperaba hostilidad. Sabía que sus palabras serían recibidas con odio. Con todo y esto dijo: “No desmayamos”, que literalmente quiere decir “no nos rendimos al mal, no perdemos el valor”. No nos apocamos, ni nos derrumbamos por este trato, porque cuando nos derrumbamos somos inútiles para Dios.
Segundo, no alteramos el mensaje (v.2). “…renunciamos a lo oculto…no andando con astucia, ni adulterando la Palabra de Dios”. No alteramos el evangelio para hacerlo menos ofensivo, a fin de que los hombres nos elogien. Más bien, seremos fieles al evangelio y manifestaremos la verdad a fin de recomendarnos a la conciencia de todo hombre, bajo la vigilancia divina.
Tercero, no manipularemos a las personas para lograr los resultados superficiales deseados (vv.3-4). “…el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos…”. El problema no está en la semilla, sino en el suelo. Cambiar el mensaje, manipular las emociones o la voluntad es inútil. Si la gente no oye la verdad, la música no va a ayudar. Si no les gusta el mensaje, el drama y los videos tampoco ayudarán. El mensaje jamás cambia.
Cuarto, no buscamos popularidad (8-12). “… estamos atribulados … en apuros … perseguidos … estamos entregados a muerte por causa de Jesús”. No debemos esperar popularidad. ¿Qué debemos esperar? Pablo nos dio la lista: aflicción, angustia, que nos derriben. Cada día al despertarse sabía que podía morir.
Quinto, no buscaremos triunfos terrenales (14-18). “…no mirando nosotros las cosas que se ven…”. No nos preocupamos por lo temporal y transitorio. Nuestro éxito no se mide en horas. Nuestra mirada está fija en la eternidad.
Es difícil creer en el evangelio, y los que lo traen al mundo son personas sin importancia. El plan sigue siendo el mismo: el mundo piensa que somos estrafalarios y extraños. Somos unos perdedores para ellos. Y sin embargo, inexplicablemente, la Iglesia avanza en la historia del mundo con inmenso poder. Sólo el evangelio convierte a los pecadores.
John MacArthur, de su libro “Difícil de Creer”.
|
|