La segunda tentación es exigir a Dios que actúe conforme a nuestros planes. Recuerde algunas situaciones narradas en la Biblia en las que se expone este comportamiento. ¿De qué manera somos capaces de cometer el mismo error? ¿Cuáles pueden ser algunos de los pasos que debemos tomar para no «tentar a Dios»?
Hemos conseguido identificar la esencia de la segunda tentación que hizo Satanás a Cristo, que es usurpar el lugar de Dios para tomarse uno mismo la atribución de iniciar y elaborar los proyectos del Reino. En esta postura, obligamos a Dios a bendecir y a prosperar aquellos proyectos que no son de Su propio origen.
En la Biblia se relata una infinidad de situaciones que revelan la falacia de esta manera de obrar. Los israelitas, arrepentidos por su falta de fe frente al informe de los espías, quisieron revertir el juicio de Dios y decidieron tomar posesión de la tierra por sí mismos. Sufrieron una imponente derrota (Números 14:44–45). En el libro de Josué, los israelitas, intoxicados por una seguidilla de victorias, pactaron con los gabaonitas «pero no consultaron a Jehová» (Josué 9:14), un error que les costó caro. Del mismo modo, los israelitas, frente a la posibilidad de una invasión por parte de Asiria, buscaron su seguridad en Egipto. El profeta Isaías levantó su voz contra ellos diciendo: «¡Ay de los hijos rebeldes —declara el SEÑOR— que ejecutan planes, pero no los míos, y hacen alianza, pero no según mi Espíritu, para añadir pecado sobre pecado! Los que descienden a Egipto sin consultarme, para refugiarse al amparo de Faraón, y buscar abrigo a la sombra de Egipto» (Isaías 30:1–2). El mismo error cometió Pedro. Arrastrado por su propio entusiasmo, quiso ofrecer su vida en sacrificio al Cristo cuando este no se la había pedido. Su aventura terminó en amargas lágrimas (Mateo 26).
No deseamos, sin embargo, detenernos en el análisis de los incidentes en la vida del pueblo de Dios. Nuestra petición es que Dios nos revele las formas en que Satanás logra que nosotros caigamos frente a esta tentación. La verdad es que cuando miramos a la iglesia, no es difícil entender por qué tantos de nuestros proyectos no prosperan. Una gran cantidad de ellos son, precisamente, nuestros proyectos. La participación de Dios en ellos es simplemente darnos su bendición.
Pablo claramente declara que somos hechura suya «creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas» (Efesios 2:10). Esta verdad revela cuál debe ser nuestra prioridad como discípulos: discernir cuáles son lo proyectos a los cuales Él nos quiere dirigir. Un ministerio eficaz no depende de la existencia de una abundancia de proyectos para glorificar a Dios, sino de trabajar con la convicción de que el Señor solamente prospera aquellas obras que nacen en su propio corazón.
Qué importante resulta para nosotros, entonces, cultivar ese espíritu sensible a las directivas del Espíritu. Necesitamos tomar el tiempo necesario para entender sus directivas, con la flexibilidad necesaria para modificar nuestros planes cuando él así nos lo indique. Dios nos conceda, en su infinita bondad, ser parte de una iglesia que camina en los caminos del Señor y está enteramente ocupada en los proyectos de Él.
Christopher Shaw, Dios en sandalias: Desarrollo Cristiano Internacional.
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